Yusimí lleva el pelo recogido en una cebolla y porta un vestido gris con un cardigan negro, lleva la cara triste como de adultez avanzada, prematura, tiene 25 años. En Miami es una cubana más, al menos eso parece o así la trata el sistema. De pequeña nunca tuvo la intención de que ese fuera su destino. Sus padres vivían bien, con el miedo correspondiente, pero bien. Fue una alumna destacada, logró ser aceptada en una escuela vocacional donde mantuvo su buena fama, y para colmo, terminó la universidad con una licenciatura en Turismo. Carrera que en Cuba garantiza el éxito o más bien, la supervivencia. Ejerció como especialista comercial durante 18 meses. Yusimí iba a trabajar en su propio carro y tenía incluso, un apartamento de ella. “La verdad es que soy de los pocos que corrieron con suerte, no recuerdo nunca haber tenido que carecer.” Gracias al empleo que consiguió pudo mantener cierto nivel de información que no es común en su país. Tenía acceso al internet y esto, más que por facilitarle noticias a nivel internacional, era muy factible porque le permitía enterarse de acontecimientos de Cuba, como por ejemplo sobre las tan añoradas noticias sobre las relaciones con Estados Unidos. ¿Por qué Estados Unidos?
“En Cuba te obligan a hablar mal de este país. Uno repite como papagayo lo que te enseñan en la escuela que no sé cómo lo hacen, pero hasta en una clase de Química pueden terminar difamando a los Estados Unidos. Uno crece confundido y cuando por fin te empiezas a aclarar, te enseñan a hablar bajito. Yo vine de visita varias veces y como realmente no tenía necesidad, nunca pensé en quedarme.”
Yusimí tiene doble ciudadanía, como muchísimos otros cubanos, es cubano-española. “La ciudadanía española te da más libertad para viajar. Así me sentía yo, libre entre tanta represión. Mi familia vive en Cuba y es muy difícil dejar a la familia detrás, he visto a mucha gente sufrir las consecuencias de ello.” Entonces, sucedió algo que cambió la vida y las aspiraciones de todos sus familiares: la hermana de Yusimí que era jueza de prestigio en Cuba, decidió irse del país junto a su esposo. Viajaron a Ecuador, luego a México, cruzaron la frontera y se acogieron a la Ley de Ajuste Cubano, vigente desde 1966. “Los cubanos no somos mejores que ningún otro latinoamericano pero tenemos esa facilidad, es un tipo de protección que nos da una condición de súper-migrantes. Obviamente esto no es del agrado de todo el mundo, es que hasta reconozco su nivel de injusticia. La mayoría de la gente pasa mucho trabajo para conseguir sus papeles aquí.” Al eliminarse la política pies secos-pies mojados los cubanos casi pierden sus esperanzas.
Yusimí decidió quedarse en los Estados Unidos un poco después de que cesara la política de pies secos-pies mojados. Esta fue una ley establecida por el presidente Bill Clinton en 1995, que hacía referencia a los famosos balseros cubanos quienes antiguamente, si eran interceptados habrían de retornarse a su lugar de origen sin consideración alguna. La ley fue implantada, pero nunca fue exclusiva para quienes llegaban a territorios estadounidenses solo por mar. “No importaba cómo llegaras, con tan solo tocar tierras gringas ya estabas a salvo. Pero yo llegué tarde y bueno, estoy viviendo lo que se siente pasar trabajo por primera vez.” Esta medida le da un denominador común a los cubanos con el resto de los latinoamericanos, le resta a los cubanos un poco de singularidad en lo que respecta a procesos migratorios. Yusimí se decide a marcharse de Cuba asustada por los cambios que prometía la presidencia de Donald Trump. “Lo hice por la unión familiar pero lo hice también por mí. Creo que en Cuba hubiera terminado presa. Se roba mucho y todo viene de las altas esferas. Una vez mi jefa me ofreció dinero y lo tuve que aceptar. Uno no sabe lo que es tener derechos humanos hasta que no los pruebas”.
Yusimí duerme en la sala del apartamento que rentan su hermana y el esposo. Tiene un sofá cama y una cómoda. No tiene carro porque no puede manejar, si la parase la policía pudieran deportarla. No tiene tarjeta de identificación, no puede continuar o comenzar nuevos estudios, nada de esto hasta que no lleve un año y un día viviendo en los Estados Unidos. “Lo que me mata es la impotencia de no poder hacer nada para mejorar mi situación. Mi cigüeña no sabía de geografía ni de problemas sociales, nací en el lugar equivocado y ahora me toca emprender una vida nueva desde cero. Sé que hay quienes sufren peores consecuencias, mi caso no es de los más graves.” Yusimí tiene un trabajo “por la izquierda” en su campo de estudios. La contrataron para pagarle menos, mucho menos que lo que vale lo que ella hace. Pero saben de su situación y se aprovechan, por supuesto. “Cuando traiga a mi familia, me sentiré más tranquila. Este país es de paciencia y de objetivos.”